NORUEGA – De Kristiansund a Kristiansand (Los Fiordos)
Nuestro compañero Xavilin nos ha hecho llegar el relato de su viaje a Noruega junto a su familia. Un buen relato con mucha información detallada
Nuestro compañero Ion Luzea nos envía este relato de su viaje a la zona del Lot y el Garonne en Francia.
Al final de la página encontraréis los archivos descargables con información detallada y fotografías del relato.
De los campos asomaban numerosas y frondosas colinas que daban paso a valles ondulados colmados de huertas, viñedos y pastos. Todo el paisaje manifestaba lo rural de esta zona.
Dos hermosos ríos la atraviesan y dan nombre a la región, el Lot y el Garonne. Estos ríos fueron las carreteras de la antigüedad que unieron y cohesionaron el territorio y posibilitaron la expansión del comercio al disponer de una forma fácil y segura de transporte de sus mercancías. Hoy existen más de 200 km de vías fluviales entre ríos y canales.
Recorriendo la región comprendí que esta ofrecía un estilo de vida rural y tranquila, sin multitudes turísticas, siendo un lugar ideal para relajarse y disfrutar como eran los viajes antes de la llegada del turismo de masas.
Lot-Garonne conserva un bello patrimonio arquitectónico y rural, constituido principalmente por pequeñas poblaciones medievales que nacieron alrededor de castillos, o bastidas creadas por ingleses o franceses en la turbulenta guerra de los cien años.
En el viaje contemplé románticos molinos, vetustas iglesias, castillos fortaleza o reconvertidos en residenciales, pero sobre todo pequeñísimas poblaciones que conservaban importantes vestigios de otras épocas, como sus puertas fortificadas, restos de murallas. Edificios de arquitectura gótica con bellos entramados de madera y los mercados cubiertos “les Halles” construidos con vigas y estructuras complicadas de madera. Casi todas las aldeas disponían de su plaza central rodeada de pórticos, en madera o piedra, sobre los que se elevaban las residencias.
El paisaje…como describirlo, las colinas cubiertas de bosques y valles de prados verdes que estaban siempre a la vista para recordarme la naturaleza campestre de la provincia.
El horizonte era insólitamente tranquilo y brillaba bajo la luz del sol de invierno al tiempo que el aire traía el perfume…de un agradable aroma a tierra mojada por el roció de la mañana. La atmósfera siempre estaba impregnada de la fragancia terrosa de la hierba, de las piedras centenarias de los pueblos y el perfume que habían adquirido con el paso de los siglos.
1- Durance, Barbaste y el Moulin des Tours, Nérac, Vianne, Mas d’Agenais y el canal lateral del Garonne, Clairac, Laparade, Le Temple sur Lot, Casseneuil, Saint Pastour, Monflaquin.
DURANCE
Conduciendo contemplaba como desfilaba el paisaje de un día de invierno, que estaba prendido por el sol que reinaba despóticamente desde un cielo marino, y cuya luz tenía un efecto hipnotizante.
Llegué a la región de Lot-Garonne he inmediatamente comencé la visita de éste territorio con esta minúscula bastida. La aldea, situada en una llanura, era de arquitectura modesta y en la misma se alzaba la torre y la puerta de entrada, uno de los pocos vestigios que quedan de las antiguas murallas. En el parquin, una colonia de gorriones se había refugiado en un viejo árbol y trinaba bajo los rayos de un sol diáfano de esta anticipada primavera.
Las calles, impregnadas de un ambiente mudo y perezoso que flotaba por todas partes, permanecían en silencio entre las viejas y desconchadas fachadas de las casas mordidas por el paso del tiempo y la hierba de los prados y jardines estaba empapada por la humedad helada que el amanecer había ido depositando mansamente.
La Bastide de Durance fue fundada en 1320 por Eduardo II, duque de Aquitania y rey de Inglaterra. La configuración de la bastida, y las murallas conservadas, así como su puerta sur dan testimonio del periodo turbulento de la guerra de los cien años que enfrentó a ingleses y franceses implicando a sus respectivas posesiones y bastidas.
La hoy aldea es pequeñita y traspasando el arco de la entrada que data del s.XIII, aparecía su calle principal, una recta que me conducía a una plaza en la que se encontraba la iglesia de San Esteban s.XV. Esta iglesia era la capilla del castillo Enrique III de Navarra y IV de Francia, los restos de este pequeño castillo (en realidad un pabellón de caza) aparecían en un extremo de la misma plaza.
Una visita rápida en el frescor matinal, unas fotos y en la fuente pública recoger un poco de agua para el depósito de la AC, y continuar viaje.
BARBASTE
Y de repente, al cruzar un puente, lo vi. Le moulin des tours se alzaba imponente, como si dominara el paisaje con su poderío sereno desplegando su silueta maciza y altiva de sillares envejecidos y solemnes.
El parquin para visitar el lugar se encuentra en 44.16871-0.29049. A la salida del parquin aparecían el complejo del molino y la oficina de turismo, cuyos edificios estaban encajonados entre el río y el bosque que saturaban la atmosfera de humedad.
Era medio día pero el sol todavía no había secado el roció de la mañana y pisando las losas irregulares de piedra tallada cubiertas de gravilla del puente románico, el aire olía a piedra húmeda.
Visto desde la otra orilla el molino tenía el aspecto de una fortaleza inexpugnable…aislado, y en su soledad era como si el lugar se hubiera refugiado en algún rincón del pasado para reflexionar.
El molino de Barbaste, edificado en el s.XIII en la orilla derecha del Gélise presenta, con sus cuatro torres cuadradas, un aspecto de baluarte. La leyenda cuenta que estas torres representan a las cuatro hijas del molinero…o del amante rey de Navarra, futuro Enrique IV de Francia, ya que en él pasaba largas temporadas y mantenía una guarnición permanente.
El admirable conjunto se completa con el puente románico de diez arcos del s.XII, que atraviesa majestuosamente las aguas del Gélise. El conjunto contribuía a sumergirme en la época medieval.
En frente del molino y al borde del Gélise, en prados de hierba, se encontraban acondicionados con mesas y bancos para hacer un picnic o disfrutar de las vistas de este pintoresco lugar.
NÉRAC
El día era luminoso y cálido cuando llegué a Néjac y los rayos del sol, del temprano atardecer del invierno, iluminaban con un resplandor anaranjado acentuando la belleza irreal de aquel cosmos exótico.
La ciudad englobaba, además de la parte superior que dominaba el río desde una altura de impresionante verticalidad, un conjunto de barrios apenas a la misma altura que el río. Desde el Pont Neuf se me ofrecía una espléndida vista de la ciudad medieval, situada a orillas del Baïse, formando un conjunto particularmente armonioso con sus casas antiguas, sus muelles y su puente gótico que atraviesa las aguas del Baïse.
El sol coloreaba el lugar con un velo cálido y la luz, que acentuaba la belleza irreal del paisaje, era dulce y sereno, atrapándome en las sensaciones. Hay lugares que tienen la capacidad de trasladarte en el tiempo y devolverte de pronto a otro momento de la existencia.
Bajando por una fuerte pendiente me adentré, con cierta sensación de maravilla, en un laberinto de calles desiertas y callejones contiguos cada uno bordeado por casas pintorescas. Esa tarde deambulé entre sus calles y los muelles de la Baïse hasta que cayó el sol, y el paisaje cobró un color rojo cálido.
A orillas del río, en cuyas aguas espejeaban los cálidos reflejos, el paisaje me absorbió tanto que el tiempo dejó de importar y allí, contemplando las lentas oscilaciones del río en la base del puente gótico, mi mente se alejaba del ruido de la vida.
Cruzando el puente ingresé en aquel laberinto de callejones, plazuelas y casas, con sus bonitas fachadas de entramado de madera, que custodiaban la memoria de cuando los reyes navarros señoreaban por este lugar. Antoine Borbon, padre de Enrique III de Navarra y futuro rey de Francia, hizo construir el encantador Parque Real de Garenne. Un romántico paseo salpicado de árboles centenarios, esculturas, fuentes y diversas construcciones al borde de la Baïse.
Serpenteando el laberinto de calles y casas llegué a una terraza, en la que como en una cuidada escenografía, el paisaje se extendía desde las aguas de la Baïse, el vieux pont y las esclusas del río hasta perderse en la ciudad alta.
Mi mirada bailaba extasiada, mientras escudriñaba aquella ensoñación, rodeado de la más absoluta calma. Las calles estaban desiertas y solo se escuchaba el sonido del agua caer por la presa del Baïse.
En la ciudad alta se halla lo que queda del antiguo castillo de Enrique IV, un hogar señorial y el ala renacentista con una galería sur con unas bonitas y armoniosas arcadas. El Castillo de Nérac era la residencia de los señores de Albret, la región de Néjac, residencia del futuro rey de Francia y su esposa la reina Margot, de 1577 a 1588.
Néjac tiene un área de AC en 44.13424-0.33654, es gran parquin mixto y lugar ideal para estacionar, con supermercado, y visitar la ciudad. Pero me parecía poco discreto y ruidoso. En Lavardac a solo 7 km 44.17889-0.29908 había otro lugar tranquilo y silencioso muy bien acondicionado con mesas para cada vehículo. Pero limitado solo para 4 AC. Si llegado a este lugar se encuentra ocupado podemos desplazarnos a 2 km a Vianne, de la que ahora hablare.
VIANNE
La bastida parecía brotar de un sueño, en medio de la nada. Rodeada de un sobrecogedor mutismo sus murallas se elevaban entre jardines, prados y rodeada por el río Baïse. Algunas golondrinas revoloteaban jubilosas alrededor de las torres y se lanzaban en maniobras irrisorias sobre los insectos.
Penetrando, a través de una de las torres, entré en la ciudad para explorar la bastida y sus secretos…retrocediendo en el tiempo. Las calles centrales, desiertas, eran amplias y los edificios ofrecían sencillas superficies de paredes restauradas mientras la luz, del sol de invierno, concedía matices ambarinos a calles y fachadas dándoles así un hermoso aspecto.
De sus murallas resaltaban las brechas surgidas por ventanas de las viviendas, adosadas al recinto interior, y parte del perímetro amurallado daba al río Baíse. El encanto de aquel solitario paseo, tan parecido a un estado de contemplación, me llevo a las orillas del río donde me alcanzó un olor a hierba mojada. La orilla estaba equipada con zonas de picnic que descendían al antiguo puerto de la vía fluvial.
El Baïse, que conocimos en Néjac, era un río navegable que permitía exportar en gabarras las producciones de la zona, contribuyendo al enriquecimiento de la bastida y la comunicación con localidades más lejanas durante siglos. Hoy se usa para el turismo y en verano numerosos barcos turísticos recorren la región siguiendo ríos y canales.
Vianne es un magnifico testimonio al ser una de las pocas bastidas que ha preservado, después de más de 700 años, su organización original con todas sus fortificaciones, murallas y puertas. Construida en tres años esta bastida aparece en 1287 en un momento en que Aquitania se dividió, por motivo de la boda de Leonor Duquesa de Aquitania con el rey Ingles Enrique Plantayanet, entre los reyes de Francia e Inglaterra.
En el s.XIII en el sudoeste de Francia surgieron nuevas ciudades fortificadas, las bastidas. Estas eran esencialmente ciudades diseñadas para colonizar los límites de sus posesiones y estaban fortificadas para defenderse de las vecinas bastidas pertenecientes al otro reino en disputa.
Para atraer ciudadanos a estas bastidas se otorgaban derechos especiales a sus habitantes, ya fueran siervos y esclavos, los perseguidos por sus religiones, campesinos sin tierras o comerciantes que buscaban un lugar con buenas comunicaciones y seguro para sus negocios.
Poseían una amplia autonomía y un poder político local y democrático, tenían una vocación económica y agrícola con mercados y ferias que se trasladaban entre las diferentes bastidas creando un flujo constante de comercio y vías de comunicaciones.
Se construían con una racionalidad geométrica de tablero de ajedrez, evitando las calles sinuosas y oscuras de la edad media, y con un enfoque más higiénico y luminoso. Típico era su plaza central con mercado cubierto y la asignación de parcelas para la edificación de viviendas y negocios.
Cuatro torres permitían el acceso al interior, quizás recuerdo de los castres o campamentos romanos, y su defensas equipaban barbacanas, fosos, muros almenados.
La iglesia de Vianne, curiosamente es más antigua que la bastida, fue construida por los Templarios 150 años antes de la creación de Vianne. Está edificada en estilo gótico, con añadidos en el s.XIV pensando en el aumento de fieles con la llegada de los nuevos habitantes.
Las AC que optaron por no pasar la noche en Néjac y que no encontraron espacio en Lavardac, en este lugar hay una área de Bivouac expresamente señalizado. No hay vaciado ni fuente pero el lugar era tranquilo. 44.19806-0.32357.
MAS D’AGENAIS Y el canal lateral del Garonne
Tomé una larga ruta para cruzar el Garona, atravesaba a paso lento los pueblos y aldeas que suscitaban mí curiosidad y llegué a esta localidad. Antes de alcanzar la población habia señales que avisaban de la limitación para cruzar el puente colgante. Atención, es imposible para autocaravanas ya que sus límites son 2.30 de ancho y 2.95 de alto. Yo llevo camper de 2.15 de ancha y realmente lo atravesé con apuros.
Mas d’agenais se encuentra en un pintoresco lugar al lado del Canal lateral del Garonne, la población sufrió por su apoyo a los cataros, la cruzada contra estos. Fue posesión inglesa durante la guerra de los cien años, con la retirada inglesa cayó en poder francés y por su apoyo al catolicismo fue tomada por los hugonotes.
La población me pareció discreta. Tenía una plaza con mercado cubierto y la rodeaban la iglesia y algunos pintorescos edificios. Desde un belvedere, restos de las antiguas murallas, se contemplaba una panorámica del puente colgante que atravesaba el canal y el ancho río Garonne. Permanecí un tiempo observando si algún vehículo como el mío tenía alguna dificultad en atravesar el puente.
Las calles de la aldea parecían discurrir pendiente abajo, invitándome a descender por ellas y llegar al Canal Lateral del Garonne. El canal parecía dormitar en un sueño, la actividad había cesado debido al descanso del invierno y el lugar estaba desierto en espera del inicio de la temporada turística.
Una fragancia exclusiva exhalaba el frescor del agua, el musgo, la tierra mojada y las embarcaciones amarradas en el puerto. Los árboles y el canal relucían bajo los rayos del sol, bajo en el horizonte, que provocaban largas sombras y convertían el paseo de sirga en un lugar con estampas bellamente románticas. La quietud del canal trasformaba sus aguas en un espejo que duplicaba e invertía las imágenes aumentando aún más esta fantasía.
El Garona es teóricamente navegable, pero es un río difícil con sus corrientes, inundaciones o bajos niveles de agua lo hacían difícil de navegar. Con la realización del Canal de Languedoc se consideró su extensión pero no se realizó. La realización de la línea ferroviaria que unía Burdeos- Sete anuló el proyecto, cuyas obras ya habían comenzado con importantes costes, ya que en 1841 el ferrocarril era el progreso y la comunicación por canales cosa del pasado.
En esa pugna entre los defensores del ferrocarril y el canal al final se llegó a una solución intermedia (Burdeos consideraba que podían ser elementos complementarios) vinculando las dos obras a una compañía ferroviaria. Lo cual no favoreció el desarrollo del canal del Garona como al del Midi, viéndose privado de mejoras de ancho y modernizaciones de infraestructuras. Para el ferrocarril el canal era la competencia.
El canal lateral del Garona, hoy simplemente canal del Garona, tiene una longitud de 193 Km y conecta con el Canal del Midi en Toulouse. Este canal enlaza con ríos como el Tarn con el canal de Montech, el Baïse y el Lot. Ambos canales, llamados el canal de los dos mares, son una importante atracción turística.
CLAIRAC
Al llegar, y buscando un parquin, localicé una nueva área que no constaba en ninguna web 44.35831-0.37658, y decidí quedarme a pasar la noche en esta población. Desde el área y bajando una pequeña pendiente me encontré en un pequeña playa desierta que desplegaba su arena en la orilla del río Lot.
El sol del atardecer hacía resplandecer las fachadas y proyectaba sombras alargadas iluminado las callejuelas con una luz trémula. Allí serpenteaba un laberinto de calles desiertas, bordeadas por pintorescas casas de entramado de madera, entre las que destacaba la casa Montesquieu. Siguiendo sus callejuelas me condujeron a la orilla del Lot.
Cruzando el puente, desde el que contemplaba una fantástica puesta de sol, se hallaba el puerto que se encontraba desierto por la estación invernal y más allá se escuchaba el ruido del agua deslizándose sobre el lecho del dique de contención y la esclusa que convierte al Lot en navegable.
Clarirac tuvo renombre y una larga historia cuyo devenir dejo sus huellas en su arquitectura. La fundación de una legendaria Abadía se remonta a su establecimiento en el s.VIII por Pepino el Breve (padre de Carlomagno) y en su leyenda a una victoria de Carlomagno sobre los musulmanes mientras una luz divina permanecía en el campo de batalla. Carlomagno le habría dado a la cercana Abadía el nombre de “Clara Luce”, nombre del que deriva Clairac.
La Abadía, así como la aldea, conocieron su apogeo entre los s.XII y s.XIII. Según algunas crónicas llegó a tener hasta 120 monjes trabajando en sus campos o de copistas de manuscritos. Su abad extendía su poder, además de la aldea, a dos bastidas, cinco prioratos y cincuenta parroquias.
Durante la Guerra de los Cien Años, el pueblo fue asediado varias veces y el lugar fue abandonado por un tiempo en el s.XIV. Pero fue durante las guerras de Religión cuando la Abadía y la aldea cayeron en declive. Durante esta época la Abadía abraza la Reforma Protestante. Los monjes se casaron, se destruyeron los objetos sagrados y se destruyó gran parte del edificio. En 1560 el pueblo tomo por lema “Clairac, ciudad sin Rey, soldados sin miedo” y estaba rodeada de fortificaciones.
Con el reinado de Luis XIV se reanudó el conflicto entre católicos y protestantes y Clairac se rebela contra el cardenal Richelieu y el mismo rey asedia la aldea siendo sus fortificaciones destruidas en 1621. Con la revocación del Edicto de Nantes (que promulgaba la libertad de culto) los protestantes tienen que mantenerse ocultos. Con la Revolución, el capítulo de la Abadía de Clairac se disuelve.
LAPARADE
El alba había traído consigo un espléndido sol en un cielo inmaculado. Poca distancia separa Clairac de Laparade, y conducía disfrutando del calor del sol sobre mi piel.
En el parquin de la población había una señal indicando el paseo de ronda de lo que fueron las antiguas murallas. El promontorio rocoso sobre el que había sido construida la ciudad me permitía disfrutar de una vista única sobre el valle circundante. Desde los diferentes belvederes eché un vistazo al impresionante panorama que había debajo.
Un mosaico de campos, iluminados por el sol, se extendían por el valle hasta el horizonte y la vista sobre el río Lot serpenteando por el valle era excepcional. A mis pies podía verse el exuberante tapiz que conformaban las boscosas faldas de la montaña.
Y el hecho de dejar que mi mirada se perdiera en la lejanía, en aquella inmensidad verde y azul, me calmaba y en ese silencio alcanzaba a oír la cálida voz de la naturaleza.
La mañana estaba resultando realmente apacible y el ambiente era de absoluta tranquilidad, el sol bañaba calles desiertas, a excepción de una que otra persona. Era un lugar donde sus habitantes parecían tomarse la vida con calma
Esta bastida fue fundada en 1265 y durante mucho tiempo se defendió de ataques gracias a su elevada posición estratégica y a sus fortificaciones, murallas, fosos y sus puertas equipadas con puentes levadizos y barbacanas. En el actual jardín público había un fuerte que dominaba el valle. La plaza principal, donde se alza todavía el viejo mercado, era el centro de negocios que hacían prosperar la bastida y la región, pero la guerra la alcanzó y sus murallas no fueron suficiente refugio.
En 1324, a pocos kilómetros de Laparade, los soldados ingleses y franceses se enfrentaron, dando comienzo a la guerra de los cien años. Laparade juró lealtad a Inglaterra y sus murallas fueron asaltadas por tropas francesas o inglesas durante cien años, pasando de manos numerosas veces.
Con la llegada de las doctrinas de Calvino, que posiblemente predicó en esta población, Laparade se convierte en hugonote. En 1573 los hugonotes se refugiaron en el castillo de Laparade, pero los sitiadores quemaron y destruyeron el castillo, pereciendo en su interior 150 refugiados.
Con la llegada de Enrique IV a la corona de Francia, y decretada la libertad de culto, Laparade vivió uno momento de tranquilidad. Pero llegaron epidemias y con la derogación del edicto de Nantes nuevamente las persecuciones y la guerra provocaron el éxodo de sus habitantes, los oficios artesanales desaparecieron y los campos se abandonaron.
LE TEMPLE SUR LOT
Saliendo de Laparade conducía por una carretera solitaria con los arcenes cubiertos de hierba y los prados, que se extendían debajo de ella, eran de un verde exuberante. El aire era seco, cálido, cargado de aromas de verano, aun siendo febrero.
Tras cruzar el río Lot llegué a Le Temple sur Lot. Me pareció un lugar extraño y con una frágil magia casi irreal. Los rayos de luz anaranjados del sol del invierno incidían en los ladrillos que formaba la fachada y en el pequeño río, que serpenteaba entre los edificios, donde el sol del mediodía formaba espejismos sobre el agua alisada.
Siguiendo su cauce descubrí un precioso lugar que ofrecía una maravillosa vista de los jardines que rodean la pequeña ciudad. El paraje, donde reinaba un silencio casi sacro, sosegaba el ambiente envolviéndome en una extraña melancolía, olía a una mezcla de aromas entre los que dominaban la tierra húmeda, las plantas y las chimeneas de la pequeña aldea.
Próximo a este lugar hay un estanque con fuentes, nenúfares, lirios y otras plantas. Un lugar de colores, formas y aromas del que Monet uso como modelo para su casa de Giverny. Imágenes que recreó en numeras versiones de sus famosos cuadros de estanques y nenúfares.
Le Temple sur Lot debe su nombre a los Templarios que se asentaron allí al final del s.12, con la intención de proteger de bandoleros el peregrinaje a Santiago de Compostela y albergar a una guarnición de caballeros Templarios. Las encomiendas eran también un lugar para producir riqueza con las tierras con peajes y subvenciones que se trasferían a tierra santa. Pero con la perdida de los reinos cristianos de Oriente estos bienes terminaron por enriquecer la orden y dotarla de poder e influencia gracias a su labor de banqueros con monarcas y alta nobleza.
Y esto motivo su caída en 1312, fueron erradicados y en su mayoría asesinados, pero el tesoro nunca apareció.
Esta encomienda, así como sus posesiones, fueron entregadas a la orden de los caballeros Hospitalarios. Estos continuaron la expansión del edificio en un periodo de guerras, la de los cien años y posteriormente las de religión, tomando el edificio su aspecto defensivo que contemplaba hoy.
En el pequeño pueblo los suburbios crecieron con la redistribución de las tierras, abandonadas por las masacres de la guerra, a los migrantes de otras comarcas y se construyeron bonitas casas de entramado de madera, aún existentes hoy en día.
Después de la Revolución la encomienda se convirtió en propiedad privada y hoy pertenece a la ciudad.
CASSENEUIL
La tarde era de cielo luminoso cuyo sol, declinando en el horizonte, dotaba de cálidos colores al paisaje que me acompañaba. A poca distancia de Le Temple apareció ante mí, reluciendo, la ciudad de Casseneuil y ya desde el vehículo me sedujo su imagen al borde del Lot. Situada en una península natural en la confluencia de los ríos Lot, Lède y Sône así como varios arroyos convierten a Casseneuil en una ciudad de agua.
El Gps me llevó, siguiendo las coordenadas del área 44.44655 – 0.61838 al parquin de visita a esta población. El río Lède relucía bajo los rayos de la luz dorada y estacioné en la orilla rodeado de altos árboles, en cuanto salí me invadió una fragancia exclusiva que exhalaba del frescor de la vegetación que invadía la ribera.
Casseneuil pertenece a esos pueblos que han permanecido casi inalterados y conservan ese confortable espíritu rural con sus casas de entramado de madera y bordeado de murallas desde las que se domina el río. El pueblo permanecía solitario, las casas sumidas en el sueño, las aceras desiertas y en los callejones mis ojos se cruzaban con una sucesión de fachadas de desteñidos colores.
A medida que me iba adentrando la maraña de calles y caminos se expandían entre huertos y jardines, cercados por muros agrietados repletos de plantas trepadoras, que me conducían al agua entre senderos invadidos por la hierba, el musgo y los viejos fantasmas.
Casseneuil fue un importante centro de herejía Catara y sufrió la cruzada contra los albigenses. El primer asedio se produjo en 1209 y fue levantado cuando los cataros, que se negaron a renunciar a su fe, fueron quemados. El segundo asedio fue encabezado por Simón de Montfort (cruel general y paladín de París que asoló Occitania) y a pesar de la tenaz resistencia de los defensores la ciudad cayó después de 8 semanas, siendo saqueada, masacrada y desmantelada. Si una ciudad o fortaleza ofrecía resistencia a Simón de Montfort, esté masacraba a su población para dar ejemplo a la siguiente.
El sol seguía descendiendo, las sombras se alargaban y antes de marchar me concedí un paseo al borde de sus tres ríos contemplando como sus casas de entramado y sus murallas sobresalían de la Lède. Llegué al Lot y desde el puente admiré la bella postal de la soleada ciudad abierta al río y su pequeño puerto. Realmente el entorno de Casseneuil me pareció encantador.
ST PASTOUR
La tarde iba muriendo una la luz dorada suavizaba los relieves y la campiña respiraba con calma. St Pastour apareció brotando del relieve y de los árboles. Su silueta se recortaba contra el cielo azul del atardecer.
Caminé por sus desoladas calles flanqueadas por antiguos edificios, columnas y restos de murallas donde hileras de árboles de retorcido tronco se confundían con ruinas de épocas pasadas. En su extremo, y al lado de una antigua puerta decorada con una escultura de Juana de Arco, aparecían las ruinas de un castillo y la fachada abandonada de un palacio, sus frentes me sorprendieron por la riqueza de sus ventanas, puertas y ornaméntenos.
La bastida de Saint Pastour fue construida en 1259 y a causa de los continuos enfrentamientos entre las tropas francesas e inglesas se tuvo que construir una muralla s.13 y s.14 y un castillo para proteger la esquina noroeste del recinto. Éste castillo, que también defendió la villa en las guerras de religión, se encuentra en ruinas desde hace mucho tiempo. Descuidado, no parece que haya habido interés en su remodelación o al menos la limpieza de arbustos que lo rodean. Su historia también parecía perdida en el tiempo.
Las sombras se alargaban a causa del sol, cada vez más bajo en el horizonte, y las calles se encontraban en su mayoría en penumbra, solo y gracias a estar sobre una colina algunos puntos de las fachadas y la torre de la iglesia de St Pastour recibían los rayos rojizos del sol. Tenía previsto pasar la noche en la siguiente población, la bastida de Monflaquin.
MONFLAQUIN
Llegué a Monfalquin con los últimos rayos de sol, y estacioné en un parquin escalonado al lado del cementerio y señalizado para autocaravanas 44.53362 – 0.77007 (había otros pero este era el más cercano, ideal para la visita y la pernocta). La ciudad se encontraba en un corto y empinado recorrido que me llevó a una plaza al lado de la iglesia. Situada en lo más alto de la colina donde se halla la bastida, la plaza ofrecía una vista excepcional de vastos paisajes sin fin.
Se acercaba el caer la noche y el sol, a punto de desaparecer, iluminaba con rayos de fuego solamente lo más alto de la bastida, la torre de la iglesia y el extremo más alto de la Place des Arcades.
Cada noche era como una especie de cierre de telón, el tiempo se había diluido y apenas quedaba luz. Se habían encendido las primeras farolas cuando regresé a la autocaravana, todavía era pronto pero hacía frio, el sol calentaba durante el día pero a la caída de la noche se notaba que todavía era invierno. Los amaneceres, igual, con heladas.
Al día siguiente el sol comenzaba a alzarse enorme, de color naranja ardiente, despegándose de las colinas que se veían en el horizonte cuando ya me encontraba en el belvedere echando un vistazo al impresionante panorama que había debajo. Me gustaba la vista de la que disfrutaba desde allí y no me cansaba de admirar el mosaico de campos iluminados por el sol que se extendían por el valle y un fondo de suaves montes.
Las calles parecían discurrir montaña abajo invitándome a descender por ellas y, pasando al lado del pórtico de la hermosa iglesia de Saint-André s.13, alcancé la plaza central, o plaza “des Arcades” que se trataba de una plaza diáfana rodeada de pórticos sobre los que se elevaban las paredes de piedra, entramadas o estucadas de mansiones que descansaban sobre arcos que formaban pequeñas salas y túneles de arcos de piedra que parecían grutas subterráneas.
Bastaba sentarme ahí y observar la inmortalidad del pasado que ha sobrevivido a través de los siglos. Pintoresco y lleno de encanto, Monflanquin está clasificado entre los “Pueblos más bellos de Francia”.
Como su nombre lo indica, la magnífica plaza central de Monflanquin, “Place des Arcades”, contiene arcadas hermosamente conservadas alrededor de la plaza principal. Era el lugar del mercado y en su centro se encontraba el mercado cubierto que desapareció a consecuencia de un incendio. Y luego están esas casas, algunas vestidas de piedra, que se remontan al s.13 y 14 como la elegante casa del Príncipe Negro.
La ciudad está formada por dos calles principales que junto con las calles trasversales forman un plano octogonal siguiendo un patrón típico de cuadricula típico de las bastidas. El paseo por la bastida revelaba una sucesión de calles estrechas que daban la sensación de no terminar nunca, de encontrarme en un laberinto encantado. Algunos de estos pintorescos angostillos estaban coronados por residencias que formaban un puente y que parecían inalteradas a pesar de los siglos.
Regresé al parquin y al marchar…miré hacia atrás con nostalgia.
2 – Villereal, Saint Avit, Gavaudun, Blanquefor-sur- briolance, Castillo y pueblo de Bonaguil, Tournon d’Agenais, En el puerto de Saint Sylvestre sur Lot, Penne d’Agenais, Villeneuve sur Lot, Pujols.
VILLEREAL
La ruta desde Monflaquin la realicé observando maravillado el paisaje, a través del parabrisas del vehículo, el campo se veía cada vez más hermoso con cada kilómetro que recorría. Llegué a Villereal y estacioné en el área de autocaravanas 44.63791 – 0.7408, era un lugar apropiado, por su proximidad, para la vista a la población.
Caminaba por unas callejuelas trasversales hasta desembocar en una gran plaza luminosa, en la que reinaba una ingente actividad y un sol acogedor brillaba sobre los edificios. Aquella vida y aquella luz sentaban muy bien. Hasta aquel momento el viaje había sido solitario por poblaciones desiertas pero en esta bastida, quizás al ser festivo, la plaza se había convertido en un lugar animado, vivo y colorido de donde llegaba la alegre algarabía de los paseantes que se habían acercado a las terrazas de los soportales. Lo más desagradable era la multitud de vehículos que llenaban la plaza y ocultaban el bello mercado cubierto.
El mercado cubierto del s. 14 era precioso, con impresionantes trabajos de carpintería y un primer piso cerrado con entramado de madera. El mercado dominaba la plaza central que se encontraba rodeada de arcadas y pórticos, de origen medieval, que soportaban antiguas y pintorescas casas de entramado de madera y pintadas en tonos pastel.
Desde la plaza del mercado se veía asomar una extraña construcción y encaminé mis pasos a ese lugar y entré en una segunda plaza, en la que a diferencia de la anterior, en aquel espacio muerto reinaba la calma. Bajo un sol de justicia aparecía una iglesia fortificada del s. 13, la iglesia de Notre Dame, que originalmente estaba rodeada de fosos y accesible solo por un puente levadizo. Todo un castillo cuyas defensas se volvieron inútiles cuando toda la ciudad se fortificó (baluartes que también han desparecido). La torre de la iglesia, que fue prisión, todavía conserva una pasarela almenada.
La plaza de la iglesia era un lugar tranquilo y caluroso. Poseía un pintoresco conjunto de sencillas casas medievales bordeando una calle estrecha que rodeaba parte de la iglesia. Saliendo de está entré en una calle soleada, estrecha y encajada entre una hilera de edificios coloridos, con fachadas de clara influencia francesa. Las plantas superiores adornadas con bonitos entramados, cornisas, ventanas y flores. Las plantas bajas ocupadas por tiendas de antiguos o nuevos oficios. Admiraba el amor por los detalles que reflejaba aquel pueblo.
Villereal fue construida en solo cuatro años. Fundada en 1267, durante la Guerra de los Cien años, se fortificó y se rodeó de fosos (actualmente es una carretera que la circunvala). Durante esta Guerra fue ocupada por los ingleses la mayor parte del tiempo. También sufrió las guerras de religión que enfrentaron a católicos y protestantes, siendo tomada más de una vez por los hugonotes.
SAINT AVIT
Estaba recorriendo desiertas carreteras rurales. Calzadas que eran un surco de asfalto bordeado de fosos, en medio de los campos, desde las que se divisaban antiguas granjas de piedra en medio de cultivos y pastos cubiertos de hierba. El paisaje llano iba desapareciendo y las colinas se ondulaban hasta donde alcanzaba la vista. Conducía en los límites del Lot-Garonne y próximo a la región del Perigord. El castillo de Biron se encontraba cerca y esto influía en las poblaciones por las que pasaba, incorporaban el nombre de Biron al suyo como si de un apellido se tratara.
Entre los prados, de intenso verde, el pueblo parecía brotar de un sueño. Qué lugar tan hermoso, tenía el encanto de la naturaleza salvaje y la magia de los lugares eternos e inmortales. Paseaba imbuido por el ambiente intimista que me rodeaba de casas de piedra terrosa y un paisaje espectacular de prados limpios y cuidados. Un suave viento llevaba olor a hierba y el conjunto adquiría una atmósfera casi sobrenatural.
El conjunto arquitectónico, de finales de la edad media, sorprende por su armonía, calidad, elegancia del caserío y uniformidad de tonos. Caminando por su única calle cada casa era un arte urbanístico de sobriedad, firmeza y elegancia con hermosas ventanas geminadas. La casa fortificada que se hallaba en un extremo del pueblo nos recuerda los años de las feroces luchas de las guerras de religión que azotaron estas tierras.
GAVAUDUN
Iba recorriendo la ruta al asalto de los bosques cada vez más profundos por caminos sinuosos sin cruzarme con ningún alma. El paisaje quedó comprimido en un desfiladero, el valle de Gavaudun, con una pared a mi izquierda y un río a mi derecha y de repente un extraño castillo surgió ante mí como de la nada, como una aparición. Gavaudun es un pequeño pueblo dominado por su castillo enclavado sobre el acantilado escarpado de una península cortada a pico. Sus murallas, construidas, fusionadas a la piedra, parecían colgar en el aire soportando el implacable tirón de la gravedad. De su forma mimetizada con la roca solo parecía distinguirse claramente un alto y esbelto torreón.
Era un lugar mágico e impresionante con el hermoso pueblo de pequeñas callejuelas que descansa a los pies del castillo y un pequeño río, la Lede, que pasa por el centro de la aldea y entre pintorescas casas.
Era una agradable sorpresa recorrer las paredes del acantilado intentado identificar la línea del castillo sobre el pico rocoso de 70 metros de altura. El lugar parecía inaccesible y con un único acceso “troglodita” por una puerta y escaleras talladas en el interior de la roca. No lo pude visitar ya que permanecía cerrado en invierno pero me podía imaginar las estancias labradas en su interior, su arquitectura defensiva y la panorámica impresionante desde su torre, a 150 metros, del pueblo, el valle y los campos.
El castillo fue construido en el siglo XI en un lugar altamente estratégico: el valle de Gavaudun que era el principal canal de comunicación entre las regiones de Périgord y Agenais. Fue un reducto de herejes cataros en los siglos 11 y 12, destruido y posteriormente reconstruido en el s.13 y convertido en un importante bastión francés durante la guerra de los Cien Años. Desempeñó un papel clave en la victoria contra la ocupación inglesa de esta región.
BLANQUEFORT SUR BRIOLANCE
Los bosques se extendían por las colinas bajas hasta donde alcanzaba la vista y aparecían salpicados de pequeñas granjas y antiguos pueblos. La hermosa tarde fue muriendo y me dirigía a pasar la noche en el parquin de Bonaguil. Conducía por estrechas carreteras flanqueadas de árboles y con la sombra del crepúsculo inmiscuyéndose en el paisaje. Entre los árboles se distinguía la figura de un edificio voluminoso, era el castillo de Bonaguil.
El parquin de visita se encontraba en un prado al lado del río y en el ambiente húmedo flotaba un olor a hierba y tierra mojada que parecía impregnarlo todo.
Amaneció totalmente despejado, pero el sol todavía tardaría en elevarse. El castillo permanecería cerrado hasta primeras horas de la tarde y para hacer tiempo me dirigí a la cercana población de Blanquefort sur Briolance. El GPS me llevaba por el corazón de una zona boscosa y la carretera, flanqueada de árboles, se adentraba entre bosques por toscas calzadas donde el asfalto aparecía ocupado por herbajes entre las huellas de las rodadas.
El castillo del s.13 y restaurado en el s.15 era de una altura imponente se hallaba construido sobre un promontorio rocoso que controla el valle de Briolance. Y Su historia aparece vinculada a la del castillo de Bonaguil
Blanquefort parecía una ciudad fantasma, el aislamiento parecía haber barrido toda forma de vida en sus calles. Recorrí pequeños callejones rodeados de casas de arquitectura típica cuya piedra aparecía perfectamente restaurada. Las vistas de los bosques y campos luminosos eran espectaculares con la luz del sol que bañaba el verdor que invadía todo el valle.
Al aproximándose la hora de la visita al castillo de Bonaguil, volví recorriendo el mismo camino en sentido contrario.
BONAGUIL
Al acercarme a este castillo la primera vista que tuve me pareció impresionante. Aparecía en la curva de una carretera entre los árboles la imponente fortaleza con toda su masa y su arquitectura colosal. La construcción militar más grandiosa de la región surgía erguida sobre una colina como un orgulloso centinela imponente y majestuoso dominando el valle. Una verdadera joya que coronaba la pequeña aldea que se arremolinaba a sus pies.
El castillo de Bonaguil, aun con su tamaño, parecía perdido en medio del bosque rodeado de colinas inclinadas muy boscosas y tierras rojizas o rocosas. Un entorno natural espectacular y salvaje. El sendero serpenteante que subía al castillo se extendía a lo largo del pequeño pueblo y a medida que ascendía la pendiente contemplaba sus antiguas casas, remodeladas con gusto, algunas de las cuales eran residencias y otras eran tiendas de artesanía y recuerdos.
Todo permanecía vacío y cerrado por falta de turistas y solo en el horario de apertura del castillo se abrían algunas puertas con expositores colgados de ellas. El cementerio de la iglesia parecía estar en excavaciones arqueológicas y habían aflorado antiguas tumbas cuyos restos permanecían protegidos con lonas.
No había nadie más. Fui el primero en entrar y descubrir la arquitectura asombrosa y defensiva de la fortaleza y contemplar, desde almenas y azoteas, las vistas sobre el pueblo y los bosques circundantes.
Deambulaba por aquel espacio inmerso e intrincado entre edificaciones donde se abrían caminos con aspecto de desfiladero que conducían, por escaleras empinadas, a altos torreones o bajaban a los diferentes niveles de un sistema defensivo notable y adaptado al sitio.
Poseído por grandes familias de la nobleza regional había estancias completas y conservadas que ilustraban el modo de vida de épocas pasadas. El interior del castillo era enorme con numerosos patios y torreones en sus diferentes niveles que me llevaban arriba y abajo, adentro y afuera, dando vueltas y más vueltas para terminar en un lugar ya visitado. En su base había cuevas, túneles y un tranquilo y pequeño jardín medieval.
Erigido entre la segunda mitad del s.13 y finales del s.16 es una perfecta ilustración del desarrollo de la arquitectura y técnicas militares desde la Edad Media hasta el renacimiento y el desarrollo del arma de la artillería de fuego.
Testigo de la turbulenta historia de la región, a causa de las guerras entre ingleses y franceses, esta fortaleza nunca fue objeto de un ataque militar gracias a su impresionante sistema de defensa. Durante los siglos paso de propietarios en la nobleza de la región hasta que la revolución confiscó el castillo y en su interés de destruir los símbolos del antiguo régimen comenzó su demolición.
Volvió a ser propiedad de barones en las épocas de las restauraciones monárquicas, pero el castillo ya se había degradado. Con la compra del castillo por la comunidad de Fumel (población próxima más importante) se evitó su deterioro calificándolo como monumento histórico.
TOURNON D’AGENAIS
Sobre una amplia colina repleta de árboles aparecía la bastida de Tournon d’agenais. Subía por una pequeña carretera que se enrollaba en la colina y pasando por debajo de las murallas llegué a esta preciosa población. Caminé por una corta calle medieval que dio paso a un centro aireado con edificios de arquitectura tradicional enclavados en la Place des Cornières, centro histórico de la bastida.
El lugar aparecía como una plazuela de un pueblo recoleto, de calles adoquinadas y paredes de piedra rodeada de edificios bajos, con muchos recovecos, arcos y soportales de piedra, espectaculares mansiones de piedra con ventanales señoriales, un viejo pozo y algunos árboles imponentes.
Los comerciantes y terrazas disponían sus puestos y vendedores habían instalado sus tenderetes bajo los arcos abovedados de piedra de las antiguas residencias. Un lado de la plaza estaba dominado por la fachada del ayuntamiento y en el lado opuesto se vislumbraba un campanario del s.17 con un reloj lunar.
Desde la plaza partían numerosas y ordenadas calles bordadas de casas medievales que me condujeron a las murallas y una puerta del s.13. El paseo por las antiguas murallas era encantador. Todo rodeado de verde y las ventanas, que se habían abierto paso a través de las murallas, ofrecían un lienzo de un diseño original y caótico de aperturas.
De vuelta al interior de la bastida seguí explorando sus calles hasta llegar a un pequeño jardín, que tenía una mesa de orientación y unas vistas del verde paisaje de la apacible campiña de Agen donde el sol jugaba con las nubes. Antiguamente el espacio del jardín estaba ocupado por un castillo ya desaparecido.
La bastida fue fundada en 1270 por el conde de Toulouse Raymond VII y a lo largo de su existencia vio el saqueo y la quema de muchas de sus casas desde las guerras de religión hasta la Segunda Guerra Mundial.
EL PUERTO DE SAINT SYLVESTRE SUR LOT y PENNE
La tarde iba sucumbiendo y me aproximé al área de Saint Silvestre sur Lot 44.39565 – 0.80568 que se hallaba en una zona reservada del parquin de un supermercado Intermarche. Al día siguiente tenía intención de visitar la población de Penne d’Agenais, justo al otro lado del río Lot.
Me aproximé al puerto sobre el Lot y en cuanto llegué a este lugar me envolvió un bienestar que me serenó. Mi mirada se extraviaba en la inmensidad que se veía, recreando a mí alrededor un paraje familiar y tranquilizador. Un lugar para evocar y soñar con la vista excepcional sobre el río ondulado entre sus orillas densamente arboladas y contemplando las pintorescas embarcaciones amarradas en los atracaderos.
Recuerdo el sabor del aire, el olor de la tierra, del agua, aquellos tonos fuertes del azul intenso del cielo y el Lot en cuyas aguas espejeaban los reflejos metálicos del cielo. El sol del atardecer hacía resplandecer las fachadas de las casas colgando sobre el Lot y los navíos de graciosas formas proyectaban su imagen invertida sobre la aplanada superficie del río.
Me gustaba sentarme en la piedra caliente del puerto y observar la silueta verdosa de la montaña que se recortaba bajo el cielo azul y de la que destacaba el Santuario de Nuestra Señora de Peyragudes, en la población de Penne d’Anenais.
PENNE D’AGENAIS
Me había acostado con el cielo sin nubes y la oscuridad permitía observar a través de la claraboya todos los detalles de la bóveda celeste y el alba había traído consigo uno sol resplandeciente en un cielo inmaculado. Atravesando el puente sobre el río Lot se observaba la silueta verdosa de la montaña de Penne que se recortaba bajo el cielo azul.
Al llegar al antiguo puerto de Penne inmediatamente emprendí la ascensión por la única carretera que me llevaría a la colina donde se asentaba la antigua bastida fortificada.
Debajo de la colina, cubierta de bosque, aparecían las murallas que protegían la población. Tras ingresar por una de sus antiguas puertas accedí a un pueblo que me pareció autentico, encantador y hermoso. En un estado de conservación notable Penne resultaba pintoresca, con calles empedradas, casas con plantas colgantes cuyas ramas embellecían los balcones.
Principalmente Penne d’Agenais consiste en una sola calle que trepa a la colina donde se halla la Basílica de Notre-Dame de Peyragude y, a medida que ascendía la pendiente, contemplaba sus calles inclinadas y bonitas casas con talleres de artesanía en sus bajos.
Los edificios tenían un diseño muy original con una extraña arquitectura de ventanas de estilo gótico y columnillas de piedra. En sus fachadas se incorporaban muchísimos y pequeños ladrillos rojos que dotaban al pueblo de un cálido color rosado. Este elemento es una característica única en la región.
Desde la Basílica de Notre-Dame se ofrecía una vista ilimitada sobre el río Lot que se ondulaba suavemente por el valle y se extendía en una desconcertante sinfonía de colores con tonalidades saturadas del verdor de los bosques y campos que centelleaban bajo la luz del sol.
La extraña Basílica es un edificio nuevo construido en el s.XX que intenta combinar estilos de arquitectura romana y elementos de estilo bizantino como la cúpula de plata que la corona. La antigua iglesia sufrió las guerras de la cruzada contra los albigenses y las guerras de religión, siendo definitivamente destruida después de la revolución.
El lugar aparecía rodeado por un parque con mesas de picnic y puntos panorámicos sobre el Lot. Siguiendo el sendero serpenteante, que se adentraba en el bosque natural, aparecían pequeñas cuevas que contenían pequeños santuarios y entre el bosque se alzaban fragmentos de las murallas del antiguo castillo de Ricardo Corazón de León.
En el s.12 la Duquesa de Aquitania Eleonor y el rey inglés Enrique Plantagenet se casan y toda la región pasa a domino inglés. Su hijo Ricardo Corazón de León, seducido por la ubicación estratégica de Penne, construyó un poderoso baluarte, del que subsisten importantes murallas y puertas, en cuyo interior se acurruco la aldea. Y en la cima levantó una fortaleza cuyas ruinas aparecían fusionadas a los troncos de los árboles.
A partir de entonces, Penne sería una posición clave en el curso de las guerras incesantes en las que los diferentes ejércitos se disputarían su posesión.
VILLENEUVE SUR LOT
La carretera seguía el perfil del Lot por una tierra encantadora y luminosa. A medida que me iba acercando a la ciudad vieja, iba dejando a mi espalda el panorama de feas industrias y numerosos pabellones comerciales. Estacioné en la Porte de Pujols, justo en el límite de la ciudad vieja, y caminado me aproximé al Pont des Cieutats o Puente viejo.
Me quedé hipnotizado por la serenidad de la escena. En el centro de la escenografía, que recordaba la época medieval, se hallaba un puente del s.13, uno de los más bonitos del Lot, que ofrecía una vista pintoresca del río y sus orillas.
Las quietas aguas del río reflejaban filas de casas de colores colgando del acantilado, edificios que parecían proceder de otros tiempos, de otras vidas. Cada una de ellas podría contar su propia historia. Entre la fila de estrechas viviendas destacaba la capilla de Notre Dame du Bout du Pont. Con su aguja y su nave parecía desafiar la ley de la gravedad.
En contraste con la villa que rodeaba el Lot la ciudad respiraba orden y mostraba una arquitectura clásica con calles rectas típicas de las bastidas. Recorría las calles de casas claras hasta llegar a la plaza Lafayette con pórticos y arcadas, típica plaza de mercado donde aún hoy se realizan los martes y sábados. En aquella plaza calentada por el sol, el murmullo de las conversaciones era tenue y el silencio era atronador.
La bastida fue fundada en 1253 por Alfonso de Poitiers, hermano del rey San Luis, a ambos lados del río Lot. Villeneuve sur lot, por su ubicación geográfica privilegiada, fue una vez una importante ciudad comercial con el Lot como vía de trasporte, pero también fue una de las más poderosas bastidas del sudoeste de lo que hoy solo contemplaba algunos vestigios como la puerta de Pujols y la de Paris.
PUJOLS
Desde villeneuve una corta carretera de 2 km de distancia subía por una colina cuyo paisaje desfilaba entre bosques y verdor. Pujols aparecía cercada por un lienzo de baluartes y una puerta fortificada, que tras atravesar su umbral, me interné con cierta sensación de maravilla en aquel cosmos exótico.
Apareció ante mí una coqueta ciudad medieval de remozadas fachadas acariciadas por el resplandor del sol, callejuelas floridas, pozos decorados con macetas de flores y la plaza principal con un mercado cubierto. Un lugar preparado para presentarse ante la mirada admirada de los visitantes en el que no resultaba difícil tropezarme con reliquias que me disparaban la imaginación o me transportasen a épocas lejanas. Como si tuviera la capacidad de trasladarte en el tiempo y devolverte de pronto a otro momento de la existencia.
Numerosas tiendas de artesanos, perfumistas, velas, jabones y un olor a aceite de esencias había llenado las calles de aromas místicos. Los cantos de pájaros, en una melodía serena rompían el silencio sacro del lugar.
La antigua fortaleza albigense ha sobrevivido a los siglos y guerras preservando su carácter medieval de pueblo pequeño, catalogado como de los más bellos de Francia, y extremadamente pintoresco con poco más de una calle principal y alguna paralela con casas de piedra blanca, fachadas entramadas, tejados rojos y muchos jardines. Conserva importantes restos de sus defensas, castillo y puertas fortificadas. Además tiene, desde sus 180 m de altura, unas magníficas vistas a su alrededor.
Pujols nació como fortaleza gala y continuó como castrum romano. Sus murallas se consolidaron en el s.12 creando una poderosa fortaleza, refugio de los herejes Cataros. Destruida, después de la cruzada francesa contra el condado de Occitania, se volvió a edificar a finales del s.13 flanqueada por cuatro torres y altos muros que rodeaban el pueblo y la defendían en las zonas más vulnerables.
3 – Frechpech, Beauville, Saint-Maurin, Montjoie, Caudescoste, Layrac, Moirax, Lamontjoie, Sainte Colombe en Brulhois, Agen y le Pont Canal, Clermont Dessous, Port Sainte Marie, Bruch, Poudenas.
FRECHPECH
El recorrido a partir de ahora me llevaría por la frontera Este del Lot-Garonne y al sur, de vuelta al río Garonne, recorriendo pequeñísimas poblaciones dispersas en un paisaje saturado de bosques, campos naturales o prados de cultivo. Unas mínimas carreteras me transportaron a la pequeña población de Frespech.
Me recibió el silencio salvaje e inhóspito de un mundo que parecía haber aprendido a prescindir de la presencia turística y donde no había señales de que el progreso hubiera pasado por allí. Todo parecía inmóvil e inalterado hacía años.
La forma y el conjunto de la población eran de una belleza sorprendente, cincelada en piedra, y el ambiente parecía más tranquilo y el tiempo parecía transcurrir más despacio. Un lugar donde la vida real se disfrazaba en un mundo de fantasía, en el que recorriendo sus rincones había sentido la inmortalidad de la aldea. Se entra en la minúscula aldea por una puerta a través de sus murallas e inmediatamente llamaba la atención una impresionante iglesia del s.11 de un estilo macizo y arcaico. A su alrededor había un patio cubierto de hierba rodeado de restos de murallas de los s.13 y 14 y al lado de la entrada hay un imponente y bello edificio con aspecto de fortaleza. El resto del vacío lo ocupan unos pocos edificios de piedra adosados a la muralla formando una encantadora combinación de mansiones renovadas y ruinas.
BEAUVILLE
Desde Frespech el paisaje desfilaba por carreteras estrechas y con fuertes desniveles entre bellos paisajes. Miraba al horizonte y era un lugar tranquilo y silencioso y con el telón de fondo de colinas cubiertas de prados y verdes bosques.
Hacía calor y llevaba la ventanilla abierta, recuerdo el sabor del aire y el olor de la tierra y aquel tono fuerte del azul intenso del cielo. Beauville me recibió con un agradable paseo por una tarde cálida y con un sol acogedor que brillaba sobre los edificios.
La amplia plaza era preciosa, con el ayuntamiento en un extremo, la iglesia al otro y bordeada de encantadores edificios con arcadas de piedra en tres de sus lados. Los edificios tenían un diseño muy original, con el primer piso más saliente que la planta baja y sostenido por travesaños de madera sobre pilares de piedra con arcos de medio punto.
La iglesia de Saint Jacques, del s16, era una potente mole que incorporaba una torre defensiva del s.13 y una elaborada entrada que por su tallado de conchas recuerda que Beauville fue una importante ciudad de peregrinación.
Las calles que continuaban más allá de la plaza seguían el sistema de cuadricula típico de las bastidas y paseando entre ellas contemplé varias atractivas casas de piedra o entramado de madera y partes de las históricas murallas del s.13. Sus murallas y su posición estratégica sobre una colina, que domina la hermosa campiña de esta región, le hizo salir victoriosa al asedio inglés durante la guerra de los 100 años
SAINT MAURIN
Por el camino el sol jugaba al escondite entre las ramas proyectando sombras fugaces sobre la carretera. Cuando vislumbré el pueblo de Saint Maurin aparecía ubicado en un valle verde a lo largo de un arroyo y rodeado de grandes prados, cultivos y bosques que la identificaba como una población cuyo estilo de vida era rural y campesino.
Paseando a la sombra de sus callejones el aire traía la humedad y el perfume de las huertas y al entrar en la aldea medieval, sentí que ésta había mantenido el recuerdo vivo y el alma de su pasado. Como historias que se cuentan en susurros para quien sabe escuchar.
El pueblo ha mantenido todo el encanto de la vida pasada con sus callejones, la pintoresca plaza con sus casas de entramado de madera, el mercado del s.17, el pozo y el castillo de la abadía formaban un mosaico caótico. Un universo expandido que había visto nacer la importante abadía Cluniacense del s.11 dedicada al santo Maurin.
Sus restos, de los cuales quedan algunas secciones enteras, marcan la influencia del románico con unos bonitos capiteles. Siendo usada como cantera sobrevivió el castillo de la abadía y la capilla privada del obispo.
La hermosa tarde estaba muriendo Y el sol, que ya declinaba por detrás de las casas, inundaba el ambiente de luz dorada. Me dirigí a pasar la noche a Monjoie, lugar que me reservó una bella sorpresa.
MONTJOIE
La carretera serpenteante se estiraba a lo largo de inmensos prados y el bosque se extendía para acariciar mi paso. Parecía que un túnel de árboles iba a cerrarse sobre el habitáculo. Cuando llegué a Montjoie la ciudad volvía el rostro hacia el crepúsculo anaranjado.
Al cruzar el umbral de la puerta encontré la población sumergida en un pasado silencioso. No había nadie, ningún movimiento. La escena parecía congelada y solo estropeaba la mágica ilusión los vehículos estacionados, creando una incoherencia en el escenario que les rodeaba. El sol del atardecer hacía resplandecer parte de las fachadas y proyectaba sombras alargadas, que se extendían sumiendo a parte del pueblo en la penumbra.
Después de la puesta de sol la temperatura, casi estival que había caracterizado la jornada, había sido remplazada por una fresca humedad y el pequeño pueblo, acogedor como un refugio secreto, quedó sumido en la oscuridad, excepto por la luz amarillenta que emitían las fatigadas farolas.
La claraboya de la AC enmarcaba la vista de un cielo completamente de noche y el firmamento sin nubes estaba sembrado de tímidas estrellas. Pasé la noche compartiendo con el pueblo un amigable silencio.
El día había amanecido claro y fresco, el sol iría calentando el ambiente, el roció todavía mojaba las plantas y en la calle el olor de la piedra y un frescor húmedo me envolvía.
Ese lugar era un anacrónico vestigio del pasado y sus habitantes habían puesto ahínco y delicadeza para mantener ese pequeño mundo, un pueblo bien conservado que ha mantenido intacto todo el encanto de la vida pasada. Era un mundo ordenado y un silencio apacible que producía un efecto que era fascinante
Pasando por su puerta ojival del s.14, restos de la antigua muralla, recorría esté remanso de paz atravesando las pocas y estrechas calles adoquinadas bordeadas por elegantes casas de piedra de los s.14 y 15. Todas mantenían una homogeneidad arquitectónica y solo variaban sus colores de puertas y ventanas.
El camino terminaba en un pequeño prado desde donde se veía un panorama de los campos circundantes. El valle se extendía en prados y campos de cultivos y yo, entusiasmado, permanecía con la mirada perdida en aquellas verdes colinas. Las antiguas murallas fueron demolidas por orden del Cardenal Richelieu, en la época de los disturbios por la derogación de la libertad de culto, y en su lugar había un sendero que recorría la parte sur de la población y permitía contemplar la imagen de las casas, jardines y huertas iluminadas por el calido sol del amanecer.
CAUDECOSTE
Me encontraba a 2 km al sur del Garonne y los días continuaban con una meteorología increíble para un mes de febrero. Cuando llegué a Caudecoste era mediodía y no había ni un alma por la calle. Esta bastida del s.13, alzada sobre una colina, me mostraba un dédalo de calles en los que destacaba su plaza central destacable por sus casas de entramado de madera que descansaban sobre postes. La construcción típica que estaba viendo en este viaje.
Su arquitectura me pareció sencilla y funcional, característica de bastida, con un caserío elaborado con materiales baratos y rápidos de edificar. No había grandes edificaciones de piedra tallada, pero muy agradable de pasear. Caudecoste, en idioma gascón, significa “Cálida costa”.
En 1049 Caudecoste pasa a depender de la abadía de Cluny. La aldea se convirtió en bastida en 1270 y para resistir las invasiones y las bandas de saqueadores, la bastida se fortalece con murallas de piedra y guijarros, de más de un metro de espesor y cuatro de altura, rodeados de fosos con dos torres y puentes levadizos.
En 1652, durante la guerra de la Fronda, Caudecoste permaneció fiel al rey Luis XIV y fue asediada durante un mes por un ejército de 5000 hombres con cañones. La población fue bombardeada y la iglesia destruida, muchas casas incendiadas y sus habitantes masacrados. De los 1000 habitantes solo se salvaran 200. Durante la revolución francesa gran parte de las murallas fueron desmanteladas, pero en este agradable paseo podía contemplar todavía restos de sus fortificaciones.
LAYRAC
Viajaba como si la AC fuera la máquina del tiempo para ir hacía tras. O en una especie de dimensión paralela de un mundo escondido, un país del que el turista normal ni siquiera sospechaba de su existencia.
A poca distancia de Caudecoste se hallaba la bastida de Layrac. Si bien esta zona se encuentra en la región de Lot-Garonne, su influencia y cultura es plenamente Gascona. De su rico pasado medieval, layrac ha conservado un notable centro urbano.
La plaza central o de Jean-Jaurès me llamó la atención su forma triangular ya que hasta ahora todas habían sido cuadradas. Esta plaza se ubicaba rodeada de casas y pórticos del s.18, saliendo de la plaza y recorriendo sus calles aparecían numerosas fachadas de entramado de madera…como me gusta este estilo de arquitectura.
De la antigua iglesia de San Martin del s.12, de influencia de Cluniacense por su proximidad a Caudecoste, destacaba su majestuosa cúpula y de la iglesia parroquial su gran campanario octogonal.
LAMONTJOIE
El constante telón de fondo de las colinas y valles cubiertos de prados verdes estaba siempre a la vista para recordarme la naturaleza agrícola de la zona por la que viajaba.
Lamontjoie, sobre una meseta, era muy pequeño y sus calles sombrías, frescas y silenciosas estaban jalonadas de casas oscurecidas por el tiempo. Había restos de sus antiguas murallas y los fosos habían sido trasformados en jardines.
Sus principales calles convergían en el lugar central de la bastida, la plaza, con la regularidad de su planta cuadrada y con arcadas dedicadas al comercio. Hoy, como la mayoría de las plazas que estaba visitando, aparecía invadida por turismos que deslucían su original arquitectura medieval. En la plaza, la iglesia de San Luis del s.13 y ampliada en los s.15 y 16. Demolida en el s.19, la torre y la fachada oeste fueron reconstruidas en el 1900.
La bastida Lamontjoie debe su origen a monjes benedictinos que fundaron un monasterio en el s.10. Posteriormente fue fundada como bastida por el Rey Felipe el hermoso (aquel que disolvió la orden de los templarios) a fines del s.13 con la función económica y militar características de estas poblaciones. Esta bastida se ubicaba en uno de los caminos de Compostela, el que viene del Puy.
MOIRAX
Toda la comarca que estaba recorriendo, al sur del Garonne, tenía un paisaje muy hermoso con colinas y valles en el fondo de los cuales aparecían embalses, ríos y arroyos. No había signos de industria y la agricultura parecía ser la principal actividad económica. En los cruces de carreteras había chalecos amarillos colgados de postes o vallas junto a carteles reivindicativos de sus demandas.
Los pueblos eran muy pequeños y solo algún centro comercial aparecía instalado para proveer a varios de los pueblos.
Llegué a Moirax y me gusto el ambiente. Un pueblo minúsculo cuya vida gira alrededor del priorato Cluniacense fundado en el s.11, una joya de arquitectura románica que no pude visitar por hallarse cerrado, era invierno, pero pude admirar el exterior de la iglesia que dejaba entrever su silueta de piedra amarilla, fina y esbelta.
Alrededor del priorato había grandes prados donde crecía la hierba balanceada por la suave brisa, que refrescaba otro día de calor. El césped de los jardines y caminos estaban sin hojas y malas hierbas, y los setos aparecían podados a la altura ideal.
SAINTE COLOMBE EN BRULHOIS
El viaje trascurría a través de los sarmientos retorcidos de las viñas del Noir du Brulhois. La tarde estaba muriendo y un cálido resplandor amarillo iluminaba los campos. Cuando llegué a Sainte Colombe en Brulhois de la perspectiva de la imagen emergía la delicadeza de la puerta y las murallas bajo las caricias anaranjadas del sol.
Paseando por la pequeña aldea medieval el sol desapareció. La ciudad ya dormía abrazada al reposo y las calles permanecían en silencio entre las fachadas de las casas labradas en piedra, como adormecidas por la sombra que la acallada noche proyectaba sobre la población.
La iglesia estuvo rodeada por fortificaciones y fosos, al igual que un castillo, estas murallas dieron protección a la población que se instaló en su interior para protegerse de bandidos y mercenarios. El resto de la colina estaba cubierta de viñedos que proporcionaban los ingresos a toda la comunidad. En el s.18 las murallas eran poco más que las dos puertas que hoy permanecen en pie y los restos de las fortificaciones fundidas con las viviendas que abren sus ventanas en ellas.
Una joven ibera llamada Columba, abandono su país y emigró a la Galia para evitar ser perseguida como cristiana. Siendo asesinada se convirtió en mártir construyéndose una iglesia en su tumba siendo venerada en la Edad Media en toda Francia. La Orden Benedictina se ocupó de su custodia y seguramente fueron traídas por los benedictinos de la orden de Cluny que ocuparon esta región. Notre Dame du Bourd fue construida en el s.12 y reconstruida en el s.15. Su estructura recuerda a las iglesias románicas pero sus bóvedas son góticas.
El atardecer fue espectacular y la luz amarillenta de las farolas iluminaba las calles vacías. En las fachadas había una tímida iluminación en las casitas tranquilas, lugareños viendo la tele.
Pasé una tranquila noche en un área de autocaravanas, mínima y no bonita. 44.17891-0.51705
AGEN y le Pont Canal
Al amanecer las nubes ocultaban el resplandor del cielo tiñendo la mañana de una tonalidad plomiza y triste. Abandoné Ste Colombe y marché dirección a Agen.
La carretera seguía por su ladera, que bajaba a la llanura, atravesando los encantos de sus paisajes campestres mantenidos por una importante agricultura y un rico patrimonio boscoso. Las nubes se dispersaron y dieron lugar a un día magnifico. Nubes dispersas surcaban el cielo azul intenso diseminando fugaces manchas de sombras alrededor.
El viaje, hasta este momento, había sido muy tranquilo sin tráfico, coches o atascos. A la llegada a Agen esto cambió y me sentí incómodo. La calle de entrada era un constante ir y venir de coches y gentes y conforme avanzaba hasta el centro aparecían más atascos, pero al final conseguí estacionar.
El canal, al contrario de la carretera de acceso a Agen, era un lugar inmerso en el silencio y la tranquilidad y el recorrido por sus orillas era un agradable paseo en una mañana clara.
El lugar olía a una mezcla de aromas entre los que dominaba el de la pintura de los barcos, el combustible y el agua. Era un inconfundible aroma a puerto. Y la panorámica con una maravillosa vista de la obra y el exuberante paisaje circundante me marcaron para el recuerdo. Era hermoso y me hacía soñar.
La construcción del Puente del Canal de Agen se interrumpió casi por completo debido a la competencia de las vías navegables y los ferrocarriles. Su historia está íntimamente relacionada con la de todo el Canal Lateral.
25 de agosto de 1839. Se inicia la construcción siendo paralizado en 1841 y el puente será utilizado para el trasporte de carros. En 1846 se reanuda el trabajo y el puente se termina en 1847. En 1850 el ferrocarril intenta llenar de tierra el canal para establecer rieles para su uso como puente para el ferrocarril. No fue hasta 1856 que se terminó todo el Canal del Garona. Quedaron unidos los dos mares, el atlántico y el Mediterráneo.
Este puente, construido en piedra de Quercy, mide 539m de largo, tiene un ancho de 12m 48. Una profundidad de 2m70 y está compuesto por 23 arcos. Es el segundo puente más largo de Francia.
La ciudad de Agen me pareció agradable para pasear por sus antiguas calles, ahora comerciales y peatonales. Tenía un algo de ciudad que quiere ser moderna pero no puede dejar de ser agrícola y campesina. Su importancia en el mapa se la dio el canal y el Garona y como ciudad siempre fue el principal lugar de tránsito de mercancías, de su puerto a Burdeos. Pero este relato, es un viaje por pueblos y de pueblos va esta historia…marché de Agen a mi siguiente visita.
CLERMONT DESSOUS
Seguía el curso del Garonne atravesando el llano salpicado de colinas cubiertas de vegetación. Clermont Dessous asomaba, retirado en el silencio de las tierras, encaramado sobre una colina en la que creció siguiendo la forma del afloramiento rocoso. Simulando ser roca.
El pueblo aparecía cubierto de un velo de confidencialidad como si con el invierno hubiera entrado en un estado de invernación. Solo el paisaje habitaba en el lugar defendido por murallas y una iglesia fortificada del s.12 separada del pueblo por un foso. Junto a la iglesia se hallaba un prado donde afloraban los restos de un castillo del s.13 que defendió la población. Su posición dominante sobre el Garona la convertía en un puesto de vigilancia importante.
Me dejé llevar por el espíritu del pueblo siguiendo una callejuela estrecha de casas adosadas a la muralla que conducía a los campos y cultivos ubicados en las laderas. La aldea proseguía por una calle que parecía desierta y jalonada de casas dotadas de una armonía propia.
Había una terraza panorámica con una maravillosa vista del exuberante paisaje circundante. Abajo el valle se extendía en una sinfonía de formas a lo largo de la orilla sinuosa del Garonne. Al fondo se distinguía, apretada entre una colina y el río, la población de Port Sainte Marie.
PORT SAINTE MARIE
Entre campos de cultivos llegué a Port Sainte Marie. No estaba planificada en el viaje pero atravesándola me pareció interesante. El centro de la población era de una gracia especial. Había unos admirables edificios de una arquitectura muy arcaica y pintoresca, con unas soberbias colinas que inundaban de verde lo enmarañado de la urbe, plana y alargada, confinada a una zanja entre la naturaleza del entorno y la obra del hombre con la vía férrea y la carretera.
En las orillas del Garonne, donde se desarrolló la actividad portuaria, Port Sainte Marie nació como lugar de residencia de los marinos del Garonne y de su actividad comercial hizo la riqueza de la ciudad. De la Edad Media quedan todavía muchos barrios con casas de entramado de madera y ventanas geminadas en un su estado “natural”, desconchados y deslucidos me mostraban el paso de los años y de la vida. Su sólida iglesia, de influencia templaría, está dedicada a la virgen, patrona de la ciudad y protectora de los marinos.
El oficio del Garonne ha dejado paso a la agricultura y los campos aparecían preparados para recibir la cosecha de frutas, verduras, cereales, productos tradicionales y de agricultura organica. El sol, en el horizonte, bajaba rápidamente y visitando Clermont Dessous había visto un parquin tranquilo y silencioso en esta población tranquila y silenciosa. Volví a subir la colina y estacioné en 44.247002-0.421363.
El atardecer fue espectacular, el cielo se tornaba de diferentes tonos de naranja y las nubes componían formas caprichosas. En el último paseo, el pueblo estaba inmerso en una penumbra conciliadora y las fachadas eran acariciadas por el resplandor de las luces trémulas de farolas ambarinas.
BRUCH
El amanecer fue extraordinariamente callado, me daba pereza levantarme de la cama y solo deseaba escuchar el silencio.
Volví a cruzar el Garonne, por última vez, y llegando a Bruch apareció repetidamente el Canal del Garonne. La vista era bonita con la esclusa y la recta y larga “piscina” donde los barcos aguardan su turno para pasar la compuerta.
Bruch surgió al poco y cuando la vi una estampa singular esculpió en mi memoria aquella imagen. La puerta de la ciudad me proyectó a la dimensión suspendida de un mundo paralelo.
Desde el umbral de la aldea veía una bonita escena de antiguo mercado y casas de entramado de madera. Los materiales de construcción y su arquitectura contribuían a conferir al ambiente pintoresco un cierto tono austero.
La ciudad se desarrolló a lo largo de la Edad Media, pasando de manos de franceses a ingleses durante la guerra de los cien años y sufriendo los episodios sangrientos de las guerras de religión. De la antigua ciudad fortificada ha conservado algunos vestigios del recinto amurallado, y sobre todo dos esplendidas puertas fortificadas con torres defensivas. La torre Sur del s.13 marca el paso del tiempo con un reloj y la torre Norte, también del s.13, sorprende por su arquitectura en la que combina el estilo de un edificio de defensa y la arquitectura de una mansión señorial medieval.
POUDENAS
Poudenas asomaba sobre una colina, como centinela durmiendo en su promontorio calentado por el sol, parecía una prolongación indefinida del tiempo. Desde el puente románico sobre el río Gélise se me ofrecía una vista panorámica del pueblo subiendo por la ladera al encuentro del castillo en lo alto. Al lado había un antiguo molino que recreaba un ambiente muy romántico con ruido en cascada.
Al lado de la carretera se veía un antiguo edificio, muy hermoso, con una galería de madera en el primer piso, apoyada sobre macizas arcadas con una arquitectura muy particular. Esta pintoresca casa era una antigua posada. Como un viaje de regreso a la época de los caballeros…o de los tres mosqueteros.
Subiendo la cuesta el paseo me pareció insólito por sus calles medievales y el ambiente tranquilo y apacible que reinaba sobre el pueblo. Sentía como si vidas lejanas me susurrasen al oído.
Llegué a la cima de la colina, con el rostro y la camisa maculado de sudor, y me sentí como si hubiera hecho un viaje atrás en el tiempo. Había un parque, de fino césped, rodeado de edificaciones, iglesia del s.13 y el castillo. Gozaba una terraza panorámica con una maravillosa vista de toda la fortaleza y el exuberante paisaje circundante.
El castillo se remonta al siglo XIII, aunque se transformó considerablemente en el siglo XVII para crear un alojamiento más lujoso, de palacio italiano; fue entonces cuando se construyó la larga hilera de arcadas con la gran terraza sobre ellas.
Todo el viaje al sur del Garonne es una zona de influencia Gascona y muy próxima a la ruta que describo hay una serie de bellas ciudades al norte de la Gascogne como: Saint Clar, Lecture, La Romieu, Condom. Y al lado mismo de Poudenas se encuentran 3 de las denominadas “Les plus beaux villages de France” como son Montréal, Fourcès y Larressingle…pero éste será otro viaje…otra narración. Este relato se terminó.
Recorría bellos paisajes admirando las bellezas que me deparaba. Queriendo ser capaz de ver lo que los demás no ven y dar imagen a lo invisible para que éste se manifieste en mis palabras, para conducir a mis lectores a otro mundo. El ordenador se había convertido en una pantalla para los recuerdos. Mis fotografías proyectaban en el cristal imágenes que llegaban desde lejos y escribía dejándome arrastrar por la fuerza de lo veía, de lo que deseaba contar, preservando siempre ese impacto emotivo de algunas experiencias. Deseando alimentar su recuerdo.
Ion Ibañez – Octubre 2019
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