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Londres

El compañero Ilis nos manda este relato de su viaje a Londres. Al final encontraréis el pdf con todo detalle para descargar.

BASTA YA

Hoy Londres, como casi todo, ha cambiado. Nos atreveríamos a decir que nadie conoce el Londres de hoy. Es una ciudad demasiado grande que atemoriza por la multiplicación de razas, casas, llovizna y musgo en desorden incomprensible. (multiplica por casi 3, la superficie del área metropolitana de Madrid y acoge a más de 13 millones de habitantes censados)

En esta caja de sorpresas, cada uno elige los elementos que le gustan y se construye un Londres a su medida, serena o trepidante, antigua o moderna, señorial o canalla.

A modo de resumen nos atendremos al Londres del visitante que dispone de un par de días, de horas largas y soleadas, que puede holgazanear en los paraísos de Richmond Park y Kew Gardens o pasear entre las tumbas de Highgate. Que se ha desprendido de clichés folklóricos y no se plantará ante el 221 de Baker Street, donde Arthur Conan Doyle instaló a Serlock Holes (que en realidad es un banco).

El visitante sólo quiere caminar por el centro y aventurarse descubriendo el mundo que tiene delante, dejando las guías en la maleta (mejor en casa) con la sola ayuda de sus propios apuntes, así siempre tendrá la excusa de regresar por haberse dejado atrás algo importante.

Lo más sencillo es seguir la corriente del Támesis empezando por el Londres del Primer Imperio. Deberá imaginar como esta capital lo fue de piratas, genios y mendigos, un gran tugurio salvaje de callejas con cloacas de superficie, un festival de tabernas y puñaladas. Seguirá por el placido Londres victoriano y el Segundo Imperio, el que se reinventó por completo así mismo: todas las casas, que supuestamente han estado ahí desde siempre (según las guías), desde las Houses of Parliament de Westminster a la cúpula de San Pablo, pasando por las ceremonias reales, los himnos, la flema inglesa y los parques, son creaciones del siglo XIX (la sede de la Cámara de los Comunes, por ejemplo, es más moderna que el Palacio de las Cortes español).

Aquel siglo XIX, a pesar de estar dominado por la hipocresía y la represión, dotó a Londres del empaque y las normas de conducta que han hecho que la mezcla actual de sus gentes no estalle.

Seguirá por Little Venice, cruzando los pequeños puentes sobre el canal de Maida Avenue y Bloomfield Road, descubriendo lo que puede dar de si, en términos residenciales, un imperio sólido. Son los barrios de la clase acomodada victoriana, donde se inventaron los palacetes con estuco en las fachadas (pese a lo que pudiera parecer por belleza, su objetivo, no era otro que el de tapar las manchas de la humareda negra y húmeda conocida por “smog” consecuencia de sus malísimas calefacciones y no de la industria, como se tiende a pensar), pero es donde se aloja el universo de Peter Pan, Sherlock Holmes y Mary Poppins. Conocerá las catedrales laicas de Londres: la estación de Paddington y los almacenes Whiteleys.

Caminando se llega a Porto bello Road, con sus anticuarios y mercado.

Habiendo dejado a su espalda un laberinto de calles hermosas y arboladas, pero donde durante dos siglos, la miseria y la marginación vivieron, bajo férreo control, en torno a una charca maloliente llamada The Pond. Las guías nos recuerdan el carnaval de Notting Hill de finales de agosto, olvidando su historia amarga.

De la colina se puede descender a Kensington Church, Kensington High y Kensington Garden hasta llegar a otros parques de los que existen en Londres y cada uno elige el suyo. Unos prefieren los ciervos de Richmond, otros la inmensidad de Hyde. Nosotros recomendaríamos que siguiese paseando hasta llegar al monumento al pobre Alberto de Sajonia, marido de la Reina Victoria, que a pesar de sus grandes esfuerzos para agradar a los ingleses, su agradecimiento ha sido poco más que encaramarlo en una postura imposible.

Toda esta zona, construida con ocasión de la Exposición Universal de 1851, encarna como ninguna el Londres de los victorianos y acoge la Royal Geographical Society, parada obligatoria para seudoexploradores y cualquiera que le de sentido a la frase “El doctor Livinhgtone, supongo”.

Es el momento de tomarse un respiro doblando en Princes Gate Mews orientándose entre casitas minúsculas para desembocar en Brompton Road y sentarse ante la barra de la Pastisserie Valerie (recomendación especial para Dori). Una vez repuestos y siguiendo por la misma calle, se topara con Harrods (donde es posible comprar desde un alfiler hasta un yate)

También con Harvey Nichols y las tiendas de ropa más caras del mundo.

Está ya en el palacio de Buckingham (más feo por dentro que lo es por fuera) que es el resultado de la locura de Jorge IV, que heredó la locura de su padre y encargó su construcción sobre la finca de los duques de Buckingham, de un palacio de 600 dormitorios, inmensos jardines y una entrada triunfal (lo que hoy es Marble Arch). Cuando ya estaba a medias, el Duque de Wellington, primer ministro, después de sentenciar una obviedad “ESTE HOMBRE ESTA LOCO”, se negó a aprobar el presupuesto y encargó a otro arquitecto que lo terminara de la forma más barata posible. El resultado es un caserón de cañerías gimientes y crujidos fantasmagóricos, pasillos que no van a ninguna parte y salones congelados. La Reina Victoria no quiso habitarlo y tampoco lo ha hecho ninguno de sus descendientes, pero ahí sigue como meta de todos los piraos que burlan su seguridad.

Si el visitante sigue nuestro consejo, dedicará mejor su tiempo en encontrar el antiquísimo pub The Grenadier (oculto en Wilton Row) y se tomará un trago a la salud de los amigos de este foro.

Después, cruzando Saint James Park, se encuentra Westminster, el lugar más sagrado e imponente de la historia británica y, a su lado, el corazón político: el 10 de Downing Street, donde vive y trabaja el primer ministro, vigilado por su vecino del 11, el canciller del Exchequer (ministro de finanzas).

Como ya dijimos, a excepción de Westminster Hall, toda la zona es relativamente moderna y el Big Ben célebre por su precisión, durante sus 3 primeros años de vida, no se consiguió que funcionara y su campana está rota desde el primer día. El que entienda a los hijos de la Gran……., debería optar por asistir a una sesión nocturna de debate de los Comunes (inmensamente más fácil que hacerlos en nustras Cortes), y después de alguna celebración, así podría observar como los honorables, cansados y con alguna copa en el cuerpo, exhiben una oratoria de fuego (nuestro Canalejas era famoso por esa misma oratoria, pero sin aditamentos y de buena mañana) Pero habrá tenido buen cuidado de leer los carteles que prohíben decir que un diputado está borracho, por evidente que sea. La tradición exige que se le califique de “cansado” o como mucho “altamente emotivo” (también está prohibido sacar fotos).

Ya solo quedará Piccadilly Circus, un sitio agradable en torno a una fuente que su propio creador se negaba a pasar por delante para no tener que ver el ejendro, pero un placer comprar té o galletas (o chocolate) en Fortnum & Mason y adentrarse en el Soho que será más admirado después de una pinta de cerveza en Coach & Horses complemento sin el cual sería impensable hundirse en Foyle´s, la librería más grande y caótica que existe. Si se sobrevive, antes de enfilarse hacia la gigantesca cúpula de San Pablo, lo recomendable sería una ojeada a Covent Garden, asomando la nariz por la puerta de Rules, un restaurante que ya servía asados cuando nuestro válido Godoy estaba en párvulos (la comida o cena, no estará completa sin pedir un “té completo” en el Hotel Savoy.

Después habrá que pasar el cimbreante puente del Milenium, subirse a la noria y visitar la Tate Modern Gallery, alojada en una antigua central eléctrica. Llegará, por fin, a la siniestra Torre de Londres y se dará cuenta de que se ha perdido el Borough Market y la trepidante City, la National Gallery con su gemela la National Portrait Gallery, Gamden Town, las tiendas de Chelsea, Museo Británico, Trafalgar Saquare…………

El visitante habrá caminado durante todos los días y aún no ha visto casi nada.

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